Calle de los Mártires

 
 


  Esta calle fue titulada así en honor y gloria de los innumerables mártires que padecieron tormento y murieron por la fe de Cristo bajo los muros del Alcázar de Arjona, en la última persecución contra los cristianos, decretada por los Emperadores Diocleciano y Maximiano.

  Está edificada en el mismo lugar donde se hallaron las Reliquias del tercer Santuario, entre la torre del Homenaje y la del Calvario. En este Santuario se halló un horno de adobes, al que desembocaban dos acueductos de anchura de un ladrillo y en dicho horno se hallaron muchos huesos con porciones de metal fundido adherido a ellos, cráneos traspasados por clavos y costillas entre peines de hierro y una clavícula atravesada por un dardo.

  El Embajador de Inglaterra, Don Gaspar de Bracamonte, Ministro y Consejero del Rey de España, vino a visitar los santuarios de Arjona, y quedó altamente impresionado por los prodigios que vio, manifestando que “ no puede haber hombre cuerdo y prudente que dude de estos prodigios, y que el Santuario de Arjona, es sin duda unos de los primeros y más ilustres de la cristiandad” y le fue ofrecido por el Cardenal Moscoso un hueso de los hallados que había manado sangre.

  En este tercer santuario, se hallaron unas gradas de piedra, que eran, dice el Padre Villegas restos de un litóstrotos o tribunal donde los romanos promulgaban las sentencias de muerte. Y además, restos de un ara o altar de sacrificios, con una inscripción muy deteriorada, leyéndose muy pocas letras de ella, y al lado, un suelo con señales de haber estado empapado de sangre.

      Dice Juan González, en su Historia de Arjona “ Es digno de mencionarse, la declaración de algunos testigos en el Memorial del Pleito, que desde el tiempo en que se descubrieron las Reliquias, mejoraron en Arjona las costumbres y se observaba una gran moralidad entre todos los habitantes debido al respeto que inspiraba la contemplación de aquellos sitios y el recuerdo de los sucesos”.

  Describe el Padre Villegas en su Memorial, y también Jimena Jurado en su Historia o Anales del  Municipio Albense Urgavonense o Villa de Arjona, una medalla conmemorativa del Emperador Maximiano, acuñada en Arjona. Lleva por una cara la efigie de dicho emperador coronado con la corona triunfal y una frase en latín: El Emperador Maximiano, Pontífice Augusto, y por el reverso: Una guirnalda y esta otra frase en latín: Arrasada la superstición cristiana, y en el centro un altar con llamas, un aspersorio y un vaso de sacrificios y las letras: Municipio Albense Urgavonense. Por esta moneda se ve claramente el gran número de mártires que hubo en Arjona, hasta el punto de creer el Prefecto que había acabado con el cristianismo, acuñando esta medalla para conmemorar el triunfo de los Emperadores.

La calle de los mártires es relativamente moderna con respecto a otras de los alrededores, así como la de Belén y del Sol, ya que fueron trazadas en lo que eran los fosos del Alcázar y Castillo, a mediados del siglo XIX, siendo la primera casa edificada la de Mateo Requena, la de Paca Prados fue la segunda y la tercera la de Isabel Garrido.

      Esta calle se adornaba para la verbena, que con motivo de la quema de Daciano se celebra todos los días diecinueve de Agosto por la noche, por los años cincuenta en adelante. A la entrada, junto a la calle Belén, se levantaban dos altos pedestales de madera, sobre los que iban colocados dos figuras recortadas en madera de dos hermanos de los Santos, vestidos con su tradicional frac y con sendas banderas, mirándose ambos y formando un arco de entrada con ellas, unas figuras como éstas, eran colocadas de la misma manera  también frente al Ayuntamiento con la misma función.

  A partir de principio de los años noventa, al paso de la procesión el día veintiuno de Agosto, y cuando las tres andas con las imágenes de los Santos y el Templete de las Reliquias se encontraban colocadas dentro de la calle, desde los balcones todos los vecinos, al mismo tiempo, quemaban bengalas de luz blanca que hacían muy bonito el paso de la procesión, aunque hubo polémica con este tema al final de la década de los noventa ya que el peligro para los que llevaban los Santos y los que acompañaban a la procesión era evidente, y ya se habían producido algunas quemaduras, aunque sin importancia.