Pregón 2007. Texto íntegro

 
 

PREGÓN DE SEMANA SANTA 2007

A cargo de: PEDRO MERCADO PACHECO

  Cine Capitol ,Arjona, 24 de Febrero de 2007

  

Reverendo Párroco de San Juan y San Martín, Excelentísima Sra. Alcaldesa, Presidentes, Hermanos Mayores, queridos cofrades de las Hermandades de Penitencia, Pasión y Gloria, señoras y señores, queridas amigas y amigos:

 Primero de todo, gracias Manuel Jesús por las amables palabras con las que has presentado mi persona. Gracias por intentar justificar el porqué de mi presencia en esta privilegiada tribuna intentando continuar la cadena pregonera que, en los años anteriores, Joaquín García y tu mismo habéis puesto en marcha de forma tan brillante y tan arjonera. Pero siento contradecirte, porque para este viaje me presento ligero de equipaje. Me presento ante vosotros como humilde cofrade arjonero, que hoy está aquí por una razón simple, pero a la vez poderosa, que no tiene nada que ver con méritos académicos o eruditos, y que esta noche quiero hacer pública.

Estimado Manuel Jesús, cuando pronunciaste las últimas palabras de tu pregón hace casi un año, y cuando me enteré aquella noche de que la organización de este acto le tocaba a mi Hermandad de la Expiración, me temí lo peor. Durante meses estuve inventando excusas por si acaso se les ocurría pedirme que subiera a esta tribuna: “que dejaran pasar el tiempo,  que mejor que fuese otra persona, que yo ya había tenido el honor de hablarle a este pueblo pregonando la Fiestasantos, y que hacía muy poco que me había encontrado de nuevo con vosotros pregonando la Romería arjonera al cerro del Cabezo”, y que, como decimos en arjonero, “iba a estar muy visto”. Excusas, porque la verdadera razón de mi resistencia interna es que era consciente de que subir aquí suponía cerrar en cierta forma mi ciclo como pregonero en este pueblo, y eso era lo que en el fondo de mi corazón yo temía. Y llegó ese fatídico día en el que oficialmente me comunicaron que habían decidido que fuese yo vuestro pregonero, y ya no valieron mis excusas. El único motivo, la única razón poderosa, para que yo hoy esté aquí es porque si mi hermandad me lo pedía, de alguna forma también Él me lo estaba pidiendo; y a mi hermandad y al Cristo de la Expiración, yo no podía decirles que no.

Si no estoy a la altura de vuestro encargo, queridos hermanos, vosotros en parte lo habéis querido. Gracias por darme una última oportunidad para subir a este estrado, y cerrar desde él un ciclo pregonero, compartiendo sentimientos con mi pueblo, al que siempre vuelvo, del que nunca me he ido, el que me enseñaron a amar mis padres, en el que quedan y perviven los amigos de la infancia y de la juventud, en el que me reconozco en cada calle, en cada plaza, en cada una de sus fiestas y tradiciones, y  en cada una de sus gentes.

Aquí estoy para cumplir con un encargo imposible: pregonar la Semana Santa de Arjona. Imposible porque hay tantas semanas santas como cofrades arjoneros, todas diferentes, todas inimitables. Imposible, porque nadie puede poner palabras a lo que cada uno siente en estos días  cuando se enfunda una túnica nazarena, se mete debajo de un paso, o cuando en soledad le habla a la imagen de su devoción…y “de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”. Yo no puedo hablaros de “vuestra semana santa”, la que cada uno de vosotros lleva grabada en el silencio de su alma; yo solo puedo compartir la mía, la que me han enseñado, la que he visto y he vivido, la que comparto con mi mujer y la que enseño a mis hijos, de la que aún aprendo cada día en esa escuela particular que es mi hermandad del Cristo de la Expiración. Por eso, este pregón solo pretende ser un puente que esta noche tiendo desde mi corazón al vuestro, para que el sentimiento transite  intentando encontrar las palabras a las que no alcanza mi razón.

 Nazareno de capa verde.

 Permitidme que comience con una pequeña historia. Una historia que me contaba un nazareno de porte alto y capa verde, de aquel verde inigualable que la Flagelación paseaba cada Miércoles Santo. Me contaba que corrían tiempos difíciles para la Semana Santa de Arjona, aquellos años de finales de los setenta y principios de los ochenta, recuerdos de unos pasos ya desvencijados por el paso del tiempo y a los que ni siquiera las ruedas hacían mover con porte digno; de nazarenos que con toda su voluntad seguían manteniendo su tradición, pero cada vez eran menos y menos en las filas; y muchos menos eran los jóvenes y adultos que se sentían atraídos por una conmemoración y una tradición popular que parecía, por entonces, condenada a desaparecer con el transcurrir de los años.

Y aquel nazareno me contó que  subió a Santa María, como cada Miércoles Santo,  a renovar su compromiso cofrade, y se encontró solo en la fila. Solo un puñado de chiquillos vestidos con túnica verde aguardaban para la salida de la procesión. Ante aquella escena, por puro pudor no se dio media vuelta. Aguantó estoicamente intentando poner orden entre aquellos nazarenos renacuajos, e hizo su última estación de penitencia vestido de verde, un verde esperanza que se trucó en su corazón tristeza. Y a la vuelta a casa, abatido por el desánimo, colgó con dolor su hábito nazareno, como tantos y tantos otros, no fue de los pocos héroes que resistieron.

Y pasaron los años, y en una mañana de Jueves Santo, se acercó a San Juan. La Iglesia rebullía de gente, de preparativos. Como cada Jueves Santo, los hermanos de Nuestro Padre Jesús preparaban su paso; los de la Expiración, en maniobra bella pero arriesgada, descolgaban con cuerdas desde el coro la imagen portentosa de su crucificado; las hermanas de la Virgen retocaban adornos y frotaban para hacer relucir la plata; muchas personas anónimas se acercaban para donar flores para los pasos… Y aquel nazareno de capa verde se acercó para ver como sus nietos, como cada jueves Santo, colocaban los claveles rojos en el calvario, y cerca de ellos elevó su mirada hacia Cristo, una mirada cansada que presagiaba que pronto iba a encontrarse con Él, que sereno y tranquilo se aprestaba a coger la cruz que Dios le mandaba, y a vivir su personal pasión, muerte y encuentro con nuestro Señor Jesucristo. Se sentó en un banco, y recordando aquellos años de penurias y soledades cofrades, me preguntó incrédulo con palabras llanas:

         ¿Qué es lo que ha pasado? Cómo puede explicarse este trajín cofradiero, el templo lleno,  la ilusión y el rebullir de una Semana Santa renovada? ¿Cuál es el misterio?....Y yo no pude responderle

La del año pasado fue su última Semana Santa entre nosotros. La última que vio pasar a su antigua hermandad de la Flagelación y de San Juan, ya vestida de rojo; la última en la que ayudó a sus nietos a ponerse por última vez el capirote morado, la última que oyó la campana en la madrugada anunciando que Cristo crucificado pasaba tan cerca de su cama; la última que vio caminar al Nazareno y la cara de la Virgen como nadie la ve desde el balcón de su casa; la última en la que esperó a ver el renovado y siempre solemne cortejo del Santo Entierro;  y la última que oyó voltear las campanas de San Juan anunciando la buena nueva de Jesús Resucitado. Y allí desde donde contemple esta Semana Santa que nos aprestamos a vivir, le dedico este pregón. Y le pido a Dios que esta noche me otorgue el don de  la palabra para desentrañar en público el misterio por el que aquel querido nazareno de capa verde me preguntó: el misterio de la alegría del resurgir de nuestra Semana de Pasión, el gozo de sentir y vivir,  como siente y vive  Arjona hoy su  Semana Santa.

 Semana Santa arjonera. Raíces centenarias y savia nueva.

 Semana Santa. Tiempo de la muerte breve y de la vida eterna, de corazones traspasados por puñales o por esperanzas, de manos y pies que van a ser atravesadas por clavos, de sienes oprimidas por coronas de espinas, de cruces y sepulturas, silencios y marchas triunfales, luz y tinieblas.

Semana Santa en Arjona, que no se queda encerrada en las Iglesias, sino que se derrama desde ellas por todas sus calles y esquinas. Tradición y vida, liturgia popular y fiesta.

¿En qué consiste este pequeño milagro? ¿Cuál es el misterio que nos concita cada año?

La Semana Santa de Arjona se nuestra hoy como un bello árbol frondoso que despierta en todo su esplendor cada primavera. Pero la fuerza y el empuje de nuestra Semana Santa no es solo de hoy, porque  lo que somos en parte lo debemos a lo que hemos sido. De la misma que solo el árbol con raíces profundas soporta los rigores del verano y los duros inviernos para renacer puntualmente cada primavera. Y para desentrañar el misterio de nuestra Semana Santa hay que mirar al pasado, a las raíces centenarias de una tradición histórica que se remonta al siglo XVI, desde cuando tenemos ya noticia histórica de nuestras primeras cofradías y hermandades, que proliferaron en el XVII, y perduraron hasta el siglo XX. Y todavía permanece en nuestro recuerdo, o en el de nuestros padres y abuelos, la pujanza del renacer de la Semana Santa en los años cincuenta y sesenta. Los esfuerzos y el coraje de aquellos cofrades que mantuvieron su fe y su compromiso en tiempos difíciles, y que nos pasaron el testigo.

¡Cuántos hombres y mujeres, cuántos nombres propios que permanecen en nuestros recuerdos! ¡Cuántos homenajes y cuántas gracias habremos de dar a aquellos que en mitad del desierto resistían pregonando el misterio de la Pasión y muerte y Resurrección de Nuestro Señor  Jesucristo! Ponedles rostro, evocad su recuerdo, porque allí donde estén, al lado de sus Vírgenes y Cristos en el cielo, o retirados forzosamente de la primera fila por la vejez o la enfermedad, merecen que les demos, mil veces, millones de gracias por habernos permitido recoger ese legado y ese testimonio. Sin ellos hoy no estaríamos aquí.

La Semana Santa de Arjona es pasado, tradición centenaria,  pero sobre todo es presente y futuro. Renacida prácticamente de sus cenizas hoy se nos muestra con el ímpetu de una juventud que bulle a borbotones y que se reinventa y crece cada año. Cada año un estreno, una nueva hermandad, un nuevo reto, un nuevo paso, una nueva ilusión, un nuevo compromiso. Un bello sueño que se hace realidad a base de esfuerzos colectivos. El de todos vosotros, los hoy aquí presentes, los que tiráis del carro en primera línea de nuestras hermandades.

Porque la Semana Santa, no es una procesión que empieza y termina, sino un acto de fe y testimonio en el que culmina el trabajo larvado y silencioso de todo un año. Puertas afuera,  las hermandades solo parecen estar vivas y tener sentido en el momento en que se hace pública la labor de realizar la estación de penitencia, y esa vida parece acabar cuando los pasos vuelven a su sitio y se cierran las puertas de nuestras iglesias. Pero, puertas adentro, la hermandad permanece viva, en los entresijos de la tarea inmensa de sacar un Cristo o una Virgen a la calle, en todos sus  preparativos, en el milagro de seguir convocando reuniones en las que siempre se ven las mismas caras y, a pesar de todo,  no desfallecer.  Preparando cultos, triduos, quinarios y novenas;  buscando y rebuscando los ingresos que permitan sobrevivir a la hermandad, hacer recuento de anderos y costaleros y, con mucha suerte, comprobar que estamos casi los justos para un ensayo, ... pero, sobre todo, la hermandad permanece viva por la recompensa de reconocernos en cada de esas tareas como hermanos, compartiendo devociones, pesadumbres y  anhelos. Momentos que solo en la trastienda de la vida de hermandad adquieren significado. Todos esos pequeños esfuerzos colectivos forman parte del misterio, de nuestro pequeño milagro.  Gracias por todos ellos, cofrades arjoneros.

Pero si tuviera que personalizar más -y es justo hacerlo-, el árbol de la Semana Santa ha renacido porque savia nueva lo recorre, haciendo brotar de sus ramas los frutos más esplendorosos. Y esa savia nueva está hoy representada por la mujer y por la juventud de Arjona.

Hoy son mayoría las mujeres que pueblan nuestras filas de nazarenos, las que se ponen debajo de un paso en la dura trabajadera, las que salen a pregonar la belleza de la mujer arjonera vestida de mantilla, y las que forman parte de las Juntas de Gobierno de las Hermandades. Hoy su empuje, como en los demás aspectos de la vida, se siente con fuerza en nuestras hermandades. Ha salido de ese lugar pasivo y de ese papel secundario de quien se encargaba del adecentamiento de los pasos, de la vestimenta de las vírgenes, de quien elegía las flores, plegaba los encajes, bordaba un escudo o una insignia, o quien nos tenía planchada e inmaculada la túnica nazarena. Hoy la mujer se ha integrado en la Semana Santa de forma plena. Y, justo es reconocerlo, su presencia se palpa. Se palpa en la ilusión, en la constancia de su compromiso con la Fe que profesan. Han sido y son la ráfaga de viento fresco que ha llenado las velas de esta navegar colectivo de un pueblo en primavera, recordando y celebrando la pasión de nuestro señor Jesucristo en la Semana Santa arjonera

 Y qué decir de esa juventud tan denostada en muchos círculos. Porque la juventud no es solo botellón, alcohol o desidia. Yo creo en la juventud y en su compromiso, en su capacidad para mejorar este mundo, como ya están mejorando y participando de forma ejemplar en nuestra Semana Santa.

         Jóvenes que se han lanzado a la calle por sí mismos, a evangelizar por nuestras calles y plazas haciéndonos recordar los momentos finales de la vida de Jesús, como desde hace pocos años, con mucho tesón, ilusión  y esfuerzo, nos muestra el grupo de jóvenes de Pasión en Arjona.

Jóvenes que han descubierto la Semana Santa debajo de un paso, cuadrillas de costaleros y costaleras que han aprendido a compartir  ensayos, nervios y sudor, pero también alegrías y penas cotidianas; y compartiendo vivencias, han aprendido a sentirse  hermanos, manifestando la fe en una advocación  y proclamándola, como solo el pueblo andaluz sabe hacerlo, de forma sencilla y humilde, pero bella y primorosa al mismo tiempo.

Decía una antigua saeta:

“Te ayudó a llevar la cruz

un hombre humilde del pueblo

y yo te juro, Jesús,

que quedan cirineos

que conservan esa virtud.”

 

Ahí los tienes, siéntelos, Señor, porque debajo de los pasos, allí donde el sudor se mezcla con la oración, llevas el sentimiento de los nuevos cirineos arjoneros.

Costaleros de la Flagelación,  que cada año abrís la puerta de nuestra Semana Santa, presentando de forma primorosa al Señor de la columna ante su pueblo, cuidándolo en cada paso, acariciándolo en cada giro, y regalándonos ese encuentro costalero con la Virgen, que tiene a San Juan como testigo.

Costaleras de la Esperanza, primeras en ponerle pies a nuestra Señora para que pisara el suelo arjonero, con su andar pausado, mimando su vaivén de costero a costero para que su luz nos contamine y a nuestros pesares ponga remedio, haciendo que cada Miércoles Santo la madrugada nos duerma con la mejor de las nanas: el recuerdo de su rostro sereno.

Andar recio, sobrio y elegante de los Anderos del Cristo de la Expiración que, en silencio sin alardes, dejáis hablar al que ya expira,  porque sabéis que  portáis al que todo adorno le sobra, al que muere en la cruz por nosotros.

Costaleros de Nuestro Padre Jesús que cada Viernes Santo conseguís el milagro de que la madera se haga carne, de que Jesús cobre vida, y que ande de verdad  por nuestras calles soportando el peso de la Cruz.  Dolor y esfuerzo, arte y poder en la zancada, en el más sevillano de nuestros Cristos.

Anderos de la Virgen, hombres privilegiados, porque si ella desfallece vosotros sois su sostén y apoyo, si ella siente dolor vosotros sois su consuelo. ¡Qué envidia andero de la Virgen, de poder reconocer tan de cerca en su cara, el rostro de la mujer arjonera, de cada una de nuestras madres, de nuestras mujeres y de nuestras hijas, que con una vela en la mano van iluminando vuestro caminar  majestuoso.

Costaleros del Santo Entierro, juventud y adolescencia costalera, paso racheado y silencioso, que cada año se convierte en el más solemne de nuestros cortejos.

Costaleras del Resucitado, vosotros sois la juventud del que ha renacido, bienaventuradas porque sois las encargadas de darnos la buena nueva. Alegría y estilo en vuestro paso, proclamando con vuestros pies que el que yacía muerto en Santa María, en el Paseo, ha resucitado.

 

Costaleros y anderos arjoneros, vosotros también habéis resucitado un Semana Santa que andaba moribunda. Desde esta tribuna, os doy las gracias porque lo que, para algunos, era un cortejo triste se haya convertido hoy en espectáculo primoroso. Pero también os pido que no desmayéis, que vuestra entrega no sea fruto de una simple moda pasajera, que deis testimonio de vuestra fe, y que el sello que os deje esta vivencia sea tan indeleble que el paso del tiempo nunca logre borrarlo, para que, cuando vuestras fuerzas flaqueen, vuestra semilla cofrade haga brotar un nuevo relevo, otros jóvenes, otros hijos costaleros. 

Pero no son solo los costaleros o las costaleras las protagonistas del milagro y del misterio. El árbol de la Semana Santa posee también fuertes ramas para sostener sus frutos: las que simbolizan nuestras filas de nazarenos. Muchas personas no reparan en ellos, los ven como si fuesen simple adorno, un simple acompañamiento en el cortejo. Pero vestirse de nazareno, enfundarse una túnica nazarena  -la que pasa del hermano mayor al pequeño, la que se hereda de padre a hijo o de abuelos a nietos- es el acto más verdadero de la celebración de la Semana Santa. Ellos no son el centro de las miradas, ellos ni siquiera ven de cerca sus imágenes queridas en la calle, ellos sólo escuchan la música en la lejanía, ellos no reciben el aplauso, ellos no reciben el amable piropo, pero ellos son los que dan sentido a una hermandad en la calle, haciendo estación de penitencia,  acompañando a sus titulares, haciendo hermandad, continuando la tradición de sus mayores, o aprendiendo el oficio de cofrade con una túnica y un cirio. ¡Niños nazarenos, bendito futuro de nuestra Semana Santa! 

Y el velo que oculta el misterio poco a poco se va levantando. Ya hemos conocido a algunos de sus protagonistas, pero el secreto profundo de nuestra celebración cofrade todavía se esconde. Poco a poco se nos irá desvelando en tiempo de cuaresma. Cuarenta días de preparativos, de impaciencia. Tiempo de vigilia, de preparación interior y de espera.

Pero la dicha del tiempo que se avecina llega pronto, y empezará con Ella.

 

Viernes de Dolores: Dolores de San Juan, Dolores de Arjona

 La Semana Santa arjonera tiene un pórtico incomparable,  porque la  antesala de nuestra celebración cofrade es el Viernes de Dolores. Dolores de San Juan, Dolores de Arjona.

Día grande señalado en el calendario arjonero para honrar a nuestra Patrona.

Día especial para sus hermanas, fiel reflejo del ímpetu y del protagonismo de la mujer arjonera, que ha levantado una  hermandad para su Madre y Señora, que la mima y venera con tal compromiso mariano, que ha llegado a convertirse en hermandad señera en muy poco tiempo.

Mañana de fiesta en la que desembocan nueve días de salves, de oraciones, y promesas.

Tarde apoteósica, Virgen de los Dolores, cuando el anochecer te reciba en las calles tu pueblo, para que pasees solemne al lado de sus casas, rozando sus balcones, para que se extasíen con tu mirada, para que resuene una y otra vez la llamada de campana del capataz, para que te ilumine la cera de la muchedumbre que en filas acompaña tu cortejo. Y antes de que nos entregues tu corazón traspasado, para devolvértelo con el consuelo de nuestros besos, volveremos a cantar y a comprender la verdad que se encierra en la letra de tu himno:

 

Salve, oh virgen de los Dolores,

Madre Bendita del salvador

Mira a tus hijos, los pecadores,

Que a ti te invocan llenos de amor.

 

Eres, ¡oh Madre!, Reina y Patrona

De este pueblo que en ti confía;

Salva, Oh Madre, al pueblo de Arjona,

Tú eres su encanto, Tú su alegría

(Himno Popular)

 

 Y  ya Virgen mía, estaremos preparados, listos para recibir el Domingo de Ramos a tu Hijo con palmas en las calles, y en nuestro interior el Martes Santo, cuando, en la intimidad de la oración, nos miremos a nosotros mismos acompañándolo en su Via Crucis hasta al Gólgota Arjonero.

Y ya todo estará dispuesto. Los días más esperados por los cofrades arjoneros ya han llegado.

 

Miércoles Santo: Puerta de San Martín, puerta del cielo.

 Todo empieza en San Martín, y las palmeras del atrio parecen tomar vida, y separase e inclinarse, para no perderse detalle de lo que nos aprestamos a vivir... Ya se acerca la banda, ya retumba el suelo del paseo y retumban los corazones de los costaleros y costaleras que aguardan en el interior del templo; impaciencia, nervios...Y todo empieza con una llamada, con una voz que ante la puerta pide que, en nombre de la Hermandad de la Flagelación, la puerta se abra. Es Miércoles Santo: Puerta de San Martín, puerta del cielo.

Y las puertas se abren y las palmas de los arjoneros, entre un bosque de capirotes rojos, ya anuncian que la primera Hermandad en hacer estación de penitencia, ya está en la calle. En el dintel de la puerta,  ya intuimos el paso presentándonos el dolor de Cristo amarrado a una columna, ya percibimos el movimiento de las plumas del centurión romano que custodia el latigazo cruel del sayón sobre la espalda de Nuestro Señor Jesucristo. Ya suena la música, ya están meciéndote tus costaleros, Señor, ya estoy en la gloria viéndote bajar la rampa para encontrarte con tu pueblo.

Y las saetas volverán a entonarse para hablar contigo cantando en lenguaje popular:

Amarrado a la columna,

latigazo viene y va,

San Martín saca un Cristo

que hace a las piedras llorar

 

Miradlo como anda

Canteras arriba,

entre sayones romanos

atadas las manos,

y corriendo por su espalda

la sangre divina

 

Buen Pastor, manso cordero

duros látigos de acero

te crujen sobre la piel

y cada vez que recrujen,

nace en tu espalda un clavel.

  

Y San Juan, el discípulo amado, nos dará consuelo, con la belleza de una talla que rezuma serenidad, ¡que buen trabajo el del escultor granadino que te tallara!, y ¡qué trabajo tan sincero de los que aprenden, en la escuela que hay debajo de tu paso, el oficio de costalero!

 

Pero la felicidad de esa primera noche no se termina, todavía nos queda la gloria, Señor de la Columna, de ver en Arjona a tu Madre, arropada con un manto verde, y  la belleza de la mujer arjonera, vestida de mantilla.

 

Y  la noche se cubrirá de verde

Verde de los olivos y los campos arjoneros.

Verde en los ojos de los niños que, por primera vez, la contemplan,

Verde de la faja que aprieta el vientre costalero,

Verde en su mirada,

…Perdonadme por un momento,

pero ante Ella no me brotan las palabras

¿Por qué, Arjona mía, no me ayudas?

¿Por qué sentimos la paz y la gloria cuando ella avanza?

Y Arjona, siempre sabia, me contesta:

Porque pasa mi Esperanza.

  

Jueves santo. Silencio morado.

 Tras escuchar por la tarde tu mensaje de amor fraterno, cuando la noche empieza a convertirse en Madrugada, en la plaza de San Juan viviremos una escena que nos devolverá al principio de los tiempos, el tiempo de las verdades más puras. En el interior del templo una oración se murmulla. Las puertas están cerradas, la campana suena y los anderos levantan el paso, avanza lentamente, la puerta se abre, la plaza abarrotada lo espera. Una cruz de guía, desnuda de adorno, humilde y seria como la Hermandad que la porta,  abre el cortejo de nazarenos de capa morada, un reguero de faroles de mano iluminan las tinieblas de la noche; suenan tañidos de muerte en las campanas de la torre, poco a poco se hace el silencio… su imagen se intuye, y el silencio atrona. Silencio…silencio… es el Cristo de la Expiración de Arjona, Señor de la Misericordia.

En silencio lo reciben los arjoneros, y su mirada se cruza con nuestras miradas. La verdad está allí arriba, en su mirada suplicante, en su boca entreabierta, por donde se escapa el último suspiro de su vida. Y en cada mirada, un interrogante:

¿Eres Dios, eres hombre, o solo madera?

Y si eres un simple tronco, ¿por qué escucho tus palabras?

Si eres solo arte tallado ¿por qué oigo tu lamento, tu dolor, tu honda pena?

¿Por qué te siento tan solo, Señor,  entre tanta gente?

 Y mientras a este pregonero no le desfallezcan las fuerzas no faltará a la cita. Noche y oración. Solos tú y yo. Noche y silencio para vivir el mensaje que pronunciaste en el calvario: tus Siete palabras. Siete palabras para acompañarte, siete palabras para compartirlas en estación de penitencia con mis hermanos:

Una vez pasada la casa hermandad de Nuestro Padre Jesús,  cuando la brisa de la campiña que por el mirador entra, intente apagar los cirios que te alumbran, sentiré la ira y la rabia contra todos aquellos que te llevaron al suplicio, y, por primera vez en la noche, tu voz resonará en mi interior para calmarme, “Perdónales, porque no saben lo que hacen”. ¡Señor del  Perdón, Cristo de la Expiración, Señor de la Misericordia!

Y me agarraré con fuerza a tu varal mientras “Amargura”  inunda la noche en la calle el Sol y las Canteras. Vuelvo a sentirme solo, desamparado, y a mi mente afloran las palabras de aquel Buen Ladrón con el que compartiste el calvario. “Acuérdate de mi, Señor, cuando llegues a tu reino”; y revirando en la Puerta de Jaén sonará de nuevo tu voz, para aliviar el peso de tu paso y los pesares de mi alma con tu promesa: “En verdad, te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Y tu promesa ya se habrá cumplido, porque el verdadero paraíso es estar esta noche a tu lado, y todos los días de mi existencia, contigo.

         La puerta de San Martin está abierta, y en la penumbra imagino todavía en sus pasos las imágenes de la Virgen y de San Juan, y escucho de nuevo tu palabra: “Madre ahí tienes a tu hijo, Hijo ahí tienes a tu Madre”. Y te doy gracias por el regalo que en el calvario nos hiciste, el mejor que un hombre puede hacerle a otro, ¿cómo voy a sentirme huérfano esta noche cuando te vayas si nos dejas a tu Madre? Y quédate tranquilo porque cada primavera  las gentes de este pueblo, como buenos Sanjuanes, cuidan y miman de Ella, cantan y rezan a tu Madre vestida de Dolorosa, de Esperanza, de Cabeza, de Alharilla y de Gracia plena. Madre tuya, Madre de todos los arjoneros, Madre nuestra.

         Ya hemos pasado el bullicio, ya hemos dejado atrás los espacios abiertos. ¡Señor de los espacios infinitos! ¿Por qué para escucharte no me gustan las plazas, los paseos, por qué he de verte en las angosturas, y la intimidad de las calles estrechas? ¿Por qué  buscas en ellas los recovecos de mi alma?

Y de nuevo oigo tu voz que me suplica: “Tengo sed” y sé que no puedo ofrecerte agua, porque de lo que tienes sed es de amor y de justicia.

 Y ahora, acercándonos al final te siento más solo, pero más cercano; menos Dios y más humano, y escucho tu grito: “Elí, Elí, lama sabactaní”, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Calle Trinidad, ya hemos salvado todos los balcones, todos los cables, todos los obstáculos, y tu mensaje ha quedado grabado en los corazones de todos los arjoneros que esta noche, mirándote, te han rezado. Ya exclamas tranquilo: “Todo se ha consumado, todo se ha cumplido”.  Ya solo me queda despedirme y abrazarte junto a mis hermanos en ese abrazo íntimo con el que tu Hermandad te despide cada año formando un semicírculo de luz y cariño; y allí, mirándote de frente, descubrimos lo que en verdad nos une, la Expiración de Cristo, y escucharemos por última vez tu voz: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y ya solo nos quedará rezarte:

Padre Nuestro, Señor de la Misericordia,

que cada noche de Jueves Santo bajas del cielo,

para morir en las calles de Arjona.

Santificado sea tu dulce nombre, Cristo de la Expiración,

y hágase tu voluntad, aquí en esta tierra de mártires, como allá en tu Reino.

Danos hoy el pan de cada día,

para alimentar el amor por Tí que es nuestro sustento,

Y perdona nuestras ofensas,

como nosotros perdonamos las de nuestros hermanos.

No nos dejes caer en tentación, no nos dejes en el desconsuelo.

Líbranos de todo mal y quédate para siempre con nosotros,

a vivir en lo más hondo de los corazones arjoneros.

 

Viernes Santo. Apoteosis y tiempo cumplido

 Mañana de Viernes Santo. Ajetreo en las casas. En la mayoría, los trajes y las chaquetas se habrán sacado de los armarios, los vestidos estarán planchados y listos para su estreno, pero en otras, una túnica morada con el brillo resplandeciente del sol de la mañana, estará esperando a los pies de la cama. Hermanos de Nuestro Padre Jesús, llegó vuestro ansiado día. El día que San Juan abra de nuevo sus puertas y que la belleza del resplandor de la plata de una Cruz de Guía nos embelese con el anuncio de que el Dios del firmamento ha bajado a este pueblo para vestirse de Nazareno, que ya ha cargado con su cruz, que ya anda por nuestras calles en paso de madera y plata, y que, en la dulzura de sus ojos, se ha traído consigo todo el azul del cielo.

Me gusta verlo en los primeros momentos de la mañana, en la intimidad de su barrio, sin música, subiendo poderoso la cuesta desde el cantón de la puerta de Martos, hasta la plaza del Carmen, y revirar luego en Trinidad, para recoger a su Madre. Para otros, su momento será el Paseo donde todo el pueblo se ha echado a la calle para recibir de la mañana el más hermoso de los regalos que la primavera nos entrega: explosión de los sentidos, fervor y arte barroco; tambores y cornetas, olor de incienso y cera; andar de un Cristo pos sus calles, que no anda sino que flota por encima de un mar de cabezas. Y si alguien no ha visto nunca una Semana Santa, y quiere ver la gracia y el estilo de como anda un paso derrochando fe y arte, que venga a Arjona en Viernes Santo y que, allí en el paseo, lo vea. Y que escuche las saetas, y que sepa oír como al mediodía este pueblo allí congregado, le reza cantando:

Déjame ser tu cirineo.

Déjame compartir el peso de tu cruz y tu dolor.

Confórtame con el azul de tu mirada

y con tu mensaje de amor y redención.

Y cuando el capataz de tres golpes

para gritar: “Al cielo con Él”,

Déjame acompañarte desde Arjona

hasta el reino de los cielos,

¡Padre Nuestro Jesús,

Nazareno Arjonero!.

 

Y tras Él, volveremos a redescubrir a Nuestra Madre, a ver en Viernes Santo lo que el Viernes de Dolores no percibimos a la luz de las velas. Y  veremos su rostro iluminado, el brillo del terciopelo de su manto, el barco plateado de su trono navegando majestuoso por las calles arjoneras a la luz de un sol que ahora nos ciega con su belleza, pero también hoy comprendemos el porqué de su nombre, Virgen de los Dolores, cuando llegado el mediodía la despida una antigua Saeta

“Siete puñales clavados,

te traspasan de dolor,

viendo subir al Calvario

 a tu hijo el Redentor”.

 

En San Juan termina esta apoteosis de sufrimiento de dolor y de promesa de vida. Es mediodía. Se acerca la hora.

Pero tras una madrugada y una mañana de fuertes emociones, el pueblo necesita un descanso, un paréntesis para reponer fuerzas con las viandas que para ese día especial estarán esperando en las casas, y el olor a cera y a incienso se confundirá ahora con el del los calamares o del bacalao frito que despiden los bares de la plaza, o del potaje de garbanzos con panecillos que sale por la ventana entreabierta de alguna cocina; Hornazos con huevo duro para la merienda, y para el postre,  pestiños y roscos de vino. Semana santa, tradición y sabiduría popular, fe y cultura.

 

Tarde de Viernes Santo. Llegó la  hora. Se oculta el sol, se abren los cielos. La tierra tiembla y se resquebraja. Se apaga la luz del mundo. Cristo ha muerto.

Y subiremos a Santa María, hasta el Gólgota arjonero, para darle cristiana sepultura.

Hermandad del Santo Entierro. Hermandad casi recién nacida pero que destila el sabor de lo viejo, que va perfilando de forma acelerada su carácter y a la que le quedan por escribir las mejores páginas de su historia cofrade. Ánimo porque nunca os faltará el aliento de los arjoneros, porque ya sois ejemplo de tesón y solemnidad en vuestro cortejo. Querida Hermandad, sois nuestro particular José de Arimatea que le presta a Cristo su amor y su sepulcro, que lo desciende con ternura y que lo embalsama con los aromas de la fe y la devoción, para que cada Viernes Santo nos estremezca, la quietud, la palidez, la muerte serena, en la imagen de Cristo yacente.

¡Apagad las luces! ¡Que lloren el clarinete y el oboe!

Y oiremos por última vez al saetero:

“Vamos a hincarnos de rodillas,

que está pasando el entierro,

y dentro de ese sepulcro,

ahí va el hijo de Dios Muerto”.

 

Y en el frío de la noche, sentiremos el escalofrío al verlo bajar por calle Barbacana; y la tristeza, al verlo alejarse en el Paseo para perderse Canteras arriba; hasta por fin dejarlo a la custodia de dos soldados romanos, que no corrieron ni se asustaron como los centuriones del evangelio que guardaban Tu sepulcro. Dos soldados a los que Tu luz conquistó para siempre, que por Ti la sangre dieron, que en este Gólgota recibieron por ello martirio, y que aquí para siempre se quedaron para proteger a todos los arjoneros, y para custodiarte a Ti,  Señor del Santo Entierro.

 

Domingo de Resurrección: Triunfo del amor y de la vida

 Y volveremos a San Martín. Allí donde empieza, la Semana Santa acaba.

Pero no es un final triste ¿cómo va ser triste si a Jesús le queda cumplir la mejor de sus promesas?

Y allí estará la Hermandad de Jesús Resucitado para ofrecérnosla. Ejemplo de Hermandad, ejemplo de entrega. ¿Cómo dudar, como no confiar en la juventud arjonera? Jóvenes que recién salidos de la niñez erigieron una Hermandad con ímpetu y con paciencia y que la han dotado  de unas señas de identidad propias. Un carácter propio que se refleja en la pequeña imagen de San Francisco de Asís que preside el paso de Jesús Resucitado. Amor franciscano, amor cristiano y mensaje de paz. Paz para los hombres, paz para los pájaros, para todos los animales, para todas las cosas. Paz para esta tierra.

Y tras recibirlo el vuelo alegre de todos los pajarillos que habitan en los árboles del Paseo,  recorrerá nuestras calles jubiloso; y cuando en San Juan repiquen sus campanas y esté revirando el paso para entrar en la plaza, ya todo habremos comprendido que, por la forma en que lo lleváis, Cristo está de nuevo vivo.

¡Por Dios!, capataz te pido:

que no bajes el paso,

que no paren los sones de la música,

que tus costaleras con los pies sigan cantando:

¡Que Cristo ha resucitado!

¡Que va derramando alegría¡

¡Que ha derrotado a la muerte!

¡Que es el día del Triunfo del amor y de la vida!

 

El misterio desvelado

 Y ya estas palabras van tocando a su fin. Y me pregunto si habré conseguido mi propósito de desvelar el misterio de la forma peculiar que este pueblo andaluz de la campiña tiene de celebrar su Semana Santa.

Os he hablado del pasado, y del presente. De costaleros, de nazarenos, de cortejos procesionales y de imágenes. Pero basta con esto para desvelar el misterio, el secreto profundo de la Semana Santa?

Si el secreto fuera solo esto, todo sería superfluo, puro adorno. 

Si quitamos el manto, el bordado, las imágenes, las flores, la cera, los pasos, los dorados, las telas…. ¿Qué nos queda? ¿Nada?

Porque nada sería, si a nuestra celebración de la Semana Santa no la sostuviera un fuerte sentimiento cristiano, un sentimiento cofrade. Ese es el verdadero tronco sobre el que descansa el árbol maravilloso de nuestra Semana Santa.

Muchos no entienden qué es ser cofrade, incluso puede que haya algunos cofrades que tampoco lo entiendan.

Porque para serlo y sentirlo, no creo que baste con acudir a la Iglesia una hora antes de la procesión, tomar el cirio o la vara, caminar con el rostro cubierto y olvidarse hasta el mes de marzo o abril del año siguiente?.

No creo que sea suficiente para sentirse costalero con acudir a los ensayos, cargar con el peso y regresar a casa rendido por el esfuerzo y con los hombros o los lomos doloridos, para mañana sacar pecho, de lo bien que andaba “mi virgen” o “mi cristo”.

No creo que para sentirse hermana o camarera solo haya que vestirse de mantilla, coger un rosario y caminar hasta notar las mil y una agujas que se clavan en los pies para que mañana me digan ¡qué guapa ibas! ¡qué hermosa iba la procesión con tantas mujeres en la fila!

Siendo importante, no creo que baste ese esfuerzo. Porque para ser cofrade, costalero o nazareno, no se ha sentir el dolor en los pies o en los hombros, sino en el corazón, donde se sienten las emociones fuertes y donde nace la esperanza.

Ser cofrade es dar testimonio de vida y de fe cristiana, compartirla con los demás y pregonarla a los cuatro vientos. Hacer una estación de penitencia es un acto que nos entronca con la forma de manifestar la fe un pueblo, pero no es adorar al Cristo o la Virgen que llevamos sobre nuestros hombros, sino verlo y reconocerlo en todos nuestros actos y en nuestro prójimo, en tantos  y tantos Cristos anónimos, y en tantas y tantas Madres desagarradas

Porque el mundo que nos rodea está lleno de Jesús y Marías. Ya no hay flagelaciones, ni crucificados, pero nuestro mundo es un escenario en el que miles de seres humanos  mueren por algo tan dramático como el hambre o la enfermedad, en la injusticia de la miseria más absoluta y ante el escándalo de nuestro despilfarro. Un mundo de niños explotados como esclavos en trabajos no remunerados, de niñas y mujeres esclavas de la prostitución; de inmigrantes cuya única meta es encontrar un puesto de trabajo digno y un nuevo horizonte de vida, de jóvenes hundidos en el infierno de la droga y la marginación. ¿A cuántos de ellos crucificamos cada día? ¿Cuántos “cristos” humanos? ¿Cuánto dolor provocado a tantas “marías” de carne y hueso?  ¿Cuántas veces nos lavamos las manos, indiferentes ante ellos, como hizo Pilatos?

Afortunadamente existen hombres y mujeres que luchan cotidianamente por la esperanza de un mundo más humano, para calmar la sed de este mundo, para el que ya no sirve solo la caridad, sino que exige justicia. Y en esa tarea creo que las Hermandades y Cofradías, juntas o por separado,  tienen mucho que decir y hacer, con contribuciones directas o con participación en proyectos solidarios, con independencia de que también se utilicen medios y recursos en mejorar el patrimonio artístico de nuestras hermandades. Así contribuiremos a que tenga algo de sentido lo que, como cofrades, hacemos.

Cuando seamos capaces de reconocer en los hombres de carne y hueso al Jesús del madero, el misterio se habrá desvelado... Y entonces, nuestro corazón sí estará lleno y preparado para salir a la calle pregonando con cornetas y tambores, con marchas alegres y fúnebres, con entusiasmos y silencios, que vino y murió para salvarnos.

Y nos meteremos debajo de un paso para mecerlo y bailarlo de forma maravillosa,  para dar testimonio de nuestra fe como el pueblo llano sabe hacerlo, de forma directa, entrando por los sentidos, por el espectáculo visual del arte en la calle, por el aroma de la flor en primavera y del incienso. Y volveremos a extasiarnos con la belleza de un paso y de una imagen en la calle. Y entenderemos que es en la diversidad, en la diferencia, en el respeto al carácter de cada hermandad, -y no en la competencia por el adorno o por lo externo- donde reside la fuerza del conjunto de nuestra Semana Santa, nuestra fuerza como cofrades. Y entonces sí estaremos listos, entonces ocurrirá nuestro pequeño milagro:

 

Arjona abrirá sus calles

y el corazón de sus gentes.

Y se hará Via Crucis y Via Dolorosa.

Y esta colina que habitamos

se convertirá en Gólgota,

Santo Sepulcro y Puerta del Reino de la Gloria.

Y las almas limpias de los arjoneros

ya estarán prestas para el milagro,

para desentrañar un nuevo año el misterio.

Arjona se hará oración

y fervor popular.

Arjona será nazarena y costalera,

tambor ronco y acorde musical.

En Semana Santa, en primavera,

Arjona será  el espejo

 donde Dios baje a mirarse

 para sentirse en el Cielo.

 

 He dicho