RECUERDOS DE UNA ARJONA YA LEJANA

 
 

 

Alguna que otra vez, en lugar de ir a la escuela, mi amigo Juan Peláez que aún sigue viviendo en Arjona y yo, nos íbamos de “robona” que ahora se dice hacer “novillos” y nos dirigíamos a los olivos a por nidos, cuando más brillaba el sol por entre los olivares de la “Vaporosa”, arrastrando nuestras carteras y bajo el eco de las chicharras, nos adentrábamos para no ser vistos por la guardia civil que en aquellos tiempos iban a caballo y cuando divisábamos un nido de tórtolas nos subíamos al olivo a coger los tortolitos que luego metíamos en nuestras carteras con sumo cuidado para no asfixiarlos, y una vez en nuestras casas los metíamos en jaulas hasta que se pusiesen grandes y a veces nos juntábamos con más de una docena de tórtolos cada uno.

También, pero una vez terminado el colegio, en meses de julio y agosto, recuerdo que nos íbamos a por nidos de perdiz a los rastrojos cercanos a nuestras casas, rastrojos que habían sido segados anteriormente y cuando veíamos salir a una perdiz del nido, corríamos como gacelas para no despistarnos y atinar con el nido, para coger los huevos que estaban encubando y poníamos las “perchas” para coger a la madre cuando regresase de nuevo al nido.

Todo esto ahora está prohibido, supongo que antes no, o así lo creíamos nosotros, porque de todo esto corrían los años sesenta.

También recuerdo en la “Huerta el Picaor” que la llevaban los tíos de mi madre, cuando era la “alberca” de regadío de las hortalizas que allí se sembraban, los más jóvenes y no tan jóvenes utilizaban aquella famosa “alberca” como piscina municipal ya que no había por aquél entonces nada más que aquello para darse un chapuzón y refrescarse en aquellos días de sol agosteño.

Aquella piscina provisional, también tenía su choza de paja para cambiarse el bañador y hasta incluso mi tía tenía siempre una docena de bañadores para alquilar a todo aquél que no lo tenía o se le había olvidado en casa.

Yo que no sabía nadar y que no me costaba una peseta darme un chapuzón  por ser familia del los que llevaban la huerta, como en el fondo de la “alberca” se acumulaba verdín, los que no sabíamos nadar, cuando queríamos ponernos de pié, nos resbalábamos de tal forma que no éramos capaces de levantarnos, así que nos dábamos unas “jartás” de agua que no os quiero contar, vamos se nos quitaba las ganas de bañarnos en un año y con el consiguiente susto de ahogarnos en aquella improvisada piscina como ya dije antes.

También me viene a la memoria cuando en Arjona los chavales echábamos “el aro”,

recuerdo que nos adentrábamos tanto a coger nidos ó a por hierba para los conejos; que dejábamos “el aro” encima de un olivo mientras llenábamos la espuerta o el saco de “cerrajas”, que es lo que mejor se comían los conejos y cuando íbamos a recoger “el aro”, el famoso “aro” no estaba, pero no porque se lo hubiera llevado alguien, si no porque no sabíamos en qué olivo lo habíamos dejado y nosotros todo convencidos de que nos los habían quitado.

Pero después de tanto tiempo, ahora caigo que nos alejábamos tanto que luego no sabíamos volver al olivo exacto, ya que como todos eran más o menos iguales y al no hacer ninguna marca, pues cómo íbamos a dar con él.

Todo esto que estoy contando, si mi amigo Juan Peláez lo leyese, le vendrá sin duda a la memoria tantas hazañas vividas allá por aquella Arjona de los años sesenta, que ahora añoro tanto y desde tan lejos.

 

Ángel Cámara Jiménez