Este artículo está extraído de la hemeroteca del periódico la Vanguardia Española y está fechado el miércoles 31 de octubre de 1956, firmado por Lope MATEO, poeta y periodista salmantino fallecido en 1970 y que traigo al portal como algo curioso:
Hace ya bastantes años mis pasos peregrinos me llevaron a Arjona, pequeña y rica ciudad de la provincia de Jaén, a tres leguas escasas de Andújar, recostada en una loma, con el horizonte norte de Sierra Morena y rodeada de olivares por todas partes. Derívase su nombre del hebreo «Ur-Gabah», que significa fuego alto, luz en la altura. Los romanos de la Bética la llamaron Urgabona, la cual después de ver arrojados de su seno a los judíos en la época goda, pasó a la dominación árabe hasta que San Fernando la rescató para Castilla. Ufánase de ser la cuna de Ben Alhamar, fundador de la real estirpe nazarí de Granada y de la Alhambra maravillosa. En el pasado siglo dio al general Serrano, duque de la Torre, regente de España.
Pero la gloria popular de Arjona es otra. Cuando yo estuve allí, en 1928, hervía en fiestas religiosas y profanas para conmemorar el tercer centenario del descubrimiento de las reliquias de sus santos patronos Bonoso y Maximiano. Allí se juntaron, bajo el sol de justicia del agosto andaluz, varios obispos y muchas autoridades civiles. Por mi parte, había tenido la suerte de ver galardonado un poema «referente a la exaltación de los mártires cristianos que, con motivo de la persecución de Daciano en el siglo IV, padecieron en España y en especial en Arjona». Copio el texto del tema primero del certamen, que llevaba también una curiosa nota bibliográfica de ocho obras por lo menos, que sirviera de consulta, entre las cuales estaba «España», de Pi y Margall, con indicación del timo y hasta de la página. De esta obra extraje una nota de tres renglones, y así es como me vi cantor de los extraños y santos mártires de Arjona.
Es curiosa por lo demás, su historia. Un erudito catedrático de la Universidad de Baeza, el doctor Francisco Ibáñez de Herrera, había hecho afirmaciones verídicas del martirio de Bonoso y Maximiano y otros tres mil cristianos en Arjona. La noticia bastó para que los cabildos municipal y eclesiástico enviaran legados al cardenal de Jaén don Baltasar Moscoso y Sandoval a fin de que autorizara excavaciones en el Alcázar y muralla, que por otra parte ya había emprendido el pueblo fervoroso. Hay relaciones y memoriales, como el del canónigo de Córdoba Bernardo de Alderete, donde constan los prodigios concomitantes a los trabajos de excavación: luces misteriosas, cruces de luz, apariciones de sombras humanas. Y por fin, un día las fosas de huesos, de innumerables huesos, cráneos perforados, tibias, fémures, cenizas que exhalaban suavísimo olor y despedían una luz intensa en la noche, como de fuego. «Ur-Gabah» era efectivamente, luz en la altura.
Ocurría esto en 1628. Los santos Bonoso y Maximiano fueron proclamados «para siempre jamás» patronos de Arjona. A Roma se enviaron los testimonios del prodigio y el cardenal Moscoso y Sandoval autorizó el patronazgo y la fiesta para el 21 de agosto y mandó edificar el santuario de reliquias que se abrió al culto en 1659.
He recordado todo esto porque cuando hace unos años conocí la gerundense villa de Blanes, la antigua «Blanda» romana, puerta hoy de la Costa Brava, se encandiló mi sorpresa al saber que también tenía por patronos a San Bonoso y San Maximiano. Efectivamente, sobre la fachada de una de sus principales calles contemplé las figuras de los dos inseparables mártires. ¿Cómo una devoción tan localizada se había extendido así a dos poblaciones españolas tan distantes? ¿Acaso por efecto de la cualificada y conocida romanización de ambas? Pero entonces lo más curioso es que la tradición de uno y otro lugar, coincidentes en el culto, difieren en sus fuentes de origen. Las de Blanes se apoyan en un testimonio de mosén Bernardo Boades, párroco de la villa en el siglo XIV. «habéis de saber -dice- que en una historia muy vieja de santos que se recita en el coro de la catedral de Gerona y en breviarios muy viejos, se lee que en Blanda, hoy Blanes, hicieron morir con graves y muchos crueles tormentos por la santa fe a dos hermanos muy nobles de la misma ciudad, llamados Bonoso y Maximiano, en tiempo del emperador Antonino».
Según esto, pues, los santos son hermanos, naturales de Blanes, y padecieron martirio en el siglo II (no en el siglo IV). Para reforzar el juicio del mosén está el fraile de la orden de los mínimos y natural de Blanes, fray Juan Gaspar Roig Jalpi, quien respecto a los «antiguos breviarios» afirma que fueron ordenados por el obispo Berenguer, y ya con estas y otras pruebas el obispo Ninot «los declaró (a los santos) hijos de Blanes, confirmando la Sagrada Congregación de Ritos la elección que de patronos principales de esta villa hicieron el clero y pueblo». Y añade que «según parece desaparecieron las actas de estos héroes de Cristo, pero en tiempos del venerable Beda (731) y de Adón (879) existían, pues lo manifiestan en sus martirologios».
Tomo tan curiosos datos de una obrita titulada «Santa María de Blanes» (Barcelona, 1941), debida al erudito blandense señor V. Coma Soley, quien afirma cómo la tradición señala hasta el barrio -el de la Massaneda- por lugar del suplicio, «y añade que sus cenizas fueron aventadas, llegando éstas hasta Llagostera, por cuya causa en este pueblo les dedican cultos especiales». En 1663 – cuatro años después de inaugurarse el santuario de reliquias de Arjona -la iglesia parroquial de Blanes dedicaba un altar a los dos santos. Si para Arjona fueron las indulgencias y bendiciones de Urbano VIII, para Blanes fueron las de Alejandro VII (con solo un Papa de por medio). Lástima que los bolandistas jesuitas de aquel siglo, con su edición crítica de las actas de los antiguos santos, no tocaran el asunto de tan curiosa y doble tradición.
No osaré yo, pues, formular conclusiones. Me he limitado a exponer, y de cualquier modo, ni quito ni pongo santos, ni tampoco ayudo a ningún señor, que en este caso sería la verdad. Aunque es muy posible que la devoción popular tenga asimismo sus razones que la razón de la más rigurosa historia no comprenda nunca.