Entre las historias escritas sobre gente y casos famosos de Andalucía, vemos buena la ocasión de referir la de un licenciado a quien llamaban Calmaestra, natural de la villa de Arjona. Era letrado de la Inquisición del Fisco, rico y discreto, casado con doña María del Barrio, harto honrada, con lo que ambos eran muy queridos de todos. Padres de seis hijos, viviendo en este estado, dos señoras de lo principal de Córdoba, pobres ellas, moraban pared por medio de dicho licenciado Calmaestra, con cuya familia trabaron profunda amistad. Mal la pagaron, pues viéndose pobres y con buena ocasión de mudar su fortuna, dieron unos hechizos al licenciado y a su mujer, así como a sus dos hijas mayores y a dos criadas, con que les pareció que podían sacar lo mejor de aquella casa sin que sus dueños se diesen cuenta, hechizados como estaba. Al fin de unos cuatro meses, cayó en cama el licenciado y a pocos días murió todo consumido; lo mismo le sucedió a la pobre señora, a las dos hijas y a las criadas, de suerte que en unos meses viniera toda la familia a morir, si no se descubriera la maldad.

Fotografía: Alfonso Nieves

Sucedió, pues, que pasó un día por la casa de las hermanas hechiceras un lencero, llamáronlo y tomaron todo el lienzo que hubieron menester. A la hora del pago, dijeron las señoras que no tenían dinero, pero que mirase si le gustaba alguna de ellas para casamiento. El lencero, porque no se perdiese todo, se acomodó con la menor, y digno de recordarse es la gracia del cronista, quien a cuenta de los hechizos (y el que quiera entender, que entienda), relata cómo, «andando en el trato del casamiento, salió un día de la casa el lencero y, queriendo hacer aguas menores, no halló con qué; fue y vino cien veces casi fuera de juicio por lo que le faltaba, y considerando que el mal le venía de la casa de donde había salido, volvió a ella y con una sonrisa falsa comenzó a echar a burla la fiesta, por ver en qué paraba, hasta que las señoras holgaron mucho del entretenimiento y al fin, con mucho placer, le restituyeron la alhaja»

En esta ocasión se habían dejado las señoras un arca a medio cerrar, donde tenían toda la plata que habían hurtado al difunto Calmaestra. Admirado el lencero de lo uno y de lo otro, aunque con disimulo, se fue muy contento, al parecer de las señoras y enderezó su camino hacia la casa del corregidor, a quien dio cuenta de lo que pasaba. La verdad es que, con tantas muertes juntas, no pudo dejar de haber mucho escándalo en la ciudad y cada uno decía su sentir. Para la Justicia había algunas sospechas contra tales señoras, pero por ser tan principales nadie se atrevía a hablar, hasta que el corregidor llamó a toda su gente y con ella fue a casa de las señoras, donde hallaron toda la vajilla, colgaduras y muchas otras cosas del licenciado Calmaestra, lo que fue suficiente para llevarlas a la cárcel.

Comenzó la Justicia a proceder contra las buenas piezas, las cuales comenzaron a declarar dónde escondían sus hechizos y, diciendo lo que habían de hacer para que no muriesen la otra hija y las criadas, se las valieron implicando a señoras muy principales de Córdoba, Sevilla, Jaén, Aguilar y Montilla. Con esto salvaron la vida, contentándose la Justicia con meter a estos demonios en prisión y mandándolas dar doscientos azotes en mitad de la Corredera de Córdoba. «Allí -escribe el cronista- se leyeron sus maldades públicamente y las desterraron de toda la Andalucía para siempre, y con esta pena tan leve castigaron a las que merecían mil muertes. En esta ocasión se cumplió el refrán de que allá van leyes donde quieren reyes, pues con el mucho dinero y ruegos que hubo, se torció la Justicia, y aquellas malas hembras se quedaron sin el castigo que merecían.

Manuel Barrios. (Publicado en ABC en 1996)

Manuel Barrios Gutiérrez (n. San Fernando, Cádiz, 1924 – Sevilla 24 de febrero de 2012) fue un novelista, ensayista, flamencólogo, autor teatral, hombre de radio y periodista español. Considerado un sólido valor de la llamada «Nueva narrativa andaluza», su rica trayectoria se concreta en más de setenta libros publicados y cuarenta y cuatro premios, miles de artículos en prensa y programas radiofónicos. Es padre del filósofo Manuel Barrio Casares.